Jean Paúl Borja, para EL UNIVERSO | NUEVA YORK, EE.UU.
Nueva York- Dos semanas después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, que destruyeron el World Trade Center, Marcos Morales, guayaquileño, comenzó a trabajar en labores de mantenimiento en el edificio 1 Liberty Plaza, ubicado frente a los escombros.
Aquellas tareas le provocaron problemas en su salud y aún no se recupera.
Morales empezó a sufrir los estragos de su exposición al aire tóxico del sector en el 2003. "A mis 47 años sufro de problemas respiratorios, del corazón, tengo la piel infectada, no duermo y me siento muy débil. Tengo problemas psicológicos y asusto a mi famila", dice este guayaquileño, padre de dos hijas, de 12 y 15 años, quienes llegaron a Nueva York meses después de los atentados.
Actualmente él no puede trabajar para cubrir las necesidades económicas de su familia. No ha recibido subsidio de alimentos y otros tipos de ayuda porque sus hijas están indocumentadas. "Mi vida cambió justo cuando están aquí ellas, y ninguna agencia del Estado me ha ayudado", afirma.
Morales, al igual que miles de personas que participaron en la limpieza de los escombros en la Zona Cero o quienes vivieron o laboraron en los alrededores, tienen problemas por haber estado expuestos al aire tóxico. Son las nuevas víctimas. Ahora realizan marchas para pedir una legislación que les extienda beneficios médicos.
El pasado miércoles, el centro médico Mount Sinai, de Nueva York, hizo público un estudio que concluye que el 70% de las personas que estuvieron expuestas al aire tóxico de la Zona Cero desarrollaron problemas respiratorios y de la piel. Entre ellos está Morales.
Si bien, la mayoría de los trabajadores de rescate y limpieza del World Trade Center tuvieron apoyo a
través de fondos privados y fundaciones, y se sometieron a tratamientos de desintoxicación, hay cientos que no tuvieron esa suerte.
Eso lo testifica Mary Marquéz, oriunda de Durán (Guayas) y residente en Nueva York. Ella comenzó a laborar en la limpieza de escombros dos días después de los ataques. Se empleó por nueve meses. Recuerda que la indumentaria de protección no estaba disponible para todos los trabajadores.
Por eso cree que tres años más tarde comenzó a sentir dolores de cabeza, debilidad y problemas respiratorios. "No podía dormir. Me faltaban las fuerzas pese ser muy activa y trabajadora", relata.
Entonces, Mary sacrificó su trabajo en labores de mantenimiento y se sometió a un programa de desintoxicación, al que acudía siete horas diarias, siete días a la semana, por cuatro meses. "No todos los ecuatorianos que conocí en la limpieza de la Zona Cero pudieron beneficiarse. Muchos eran indocumentados y tenían miedo de ser deportados", asegura.